Eleuterio nació en 1907 en Foz de Calanda y es allí donde pasó su infancia y adolescencia hasta los 17 años. Sus padres, Joaquín Blasco y Lucía Ferrer se dedicaban a vender cántaros por los pueblos.
Hijo múltiple de alfareros de cutio, en una familia con nueve vástagos.
“Yo entonces tenía buena voz y entonaba graciosamente las tonadillas de moda, incluso cantaba jotas.
Así que enseguida me hacían corro en la calle y me daban algunas monedas que yo gastaba en comprar cuadernillos y lápices de colores para pintar. Eran tiempos en que el mundo estaba lleno de injusticias, o me lo parecía, pues iba siempre descalzo, era un desheredado de la fortuna”.
En tanto la fecunda colmena de los Blasco Ferrer producían cuencos, cocios y botijos, Eleuterio se sentía atraído por el sonido del martillo en el yunque del herrero.
En el moldeado del barro de la alfarería residía el origen de sus sueños.
Una fuerza desconocida hasta entonces por todo el clan de los Blascos Ferrer arrastraba al muchacho desde la arcilla, desde la tierra alucinada del trabajo mal remunerado a conquistar el aura de los grandes creadores.
Solo su madre comprendía la sensibilidad extrema del muchacho indagador de formas y expresiones distintas. Su padre y sus propios hermanos se burlaban de él.
Su madre, una abnegada mujer de Molinos, sabía que en el corazón de aquel hijo residía la semilla esencial de un poeta cabal y sensitivo, la belleza y la libertad intuida.
La interesante biografía del focino, cuya trayectoria transcurre por tres zonas diferentes (Aragón en su infancia y primera juventud; Barcelona desde fines de los años veinte hasta el fin de la Guerra Civil; y Francia, con su paso por los campos de refugiados, Burdeos y finalmente París), nos obligan a un estudio que no se limite a la perspectiva del arte aragonés, sino a un contexto más amplio, nacional, y desde la óptica de las consecuencias de la diáspora republicana.
La producción de Blasco es ingente, más teniendo en cuenta que a finales de los años sesenta distintos achaques de salud le harán abandonar el trabajo en hierro forjado, material que le habían dado el deseado prestigio como artista en el difícil París posterior a la Segunda Guerra Mundial.
Pero no podemos deslindar la dimensión humana de sus creaciones. Hombre de profundas convicciones libertarias, la obra del turolense es rica en contenido humano por encima de todas las demás facetas, forjada en el yunque de la lucha obrera y en los avatares de una vida de tremenda vorágine que le sirvió para expresar mejor un sentimiento idealista hacia la sociedad, siempre con enorme dignidad.
Había medrado Eleuterio Blasco Ferrer en el París literario y artístico, esculpiendo dolorosas figuras de hierro cerca de su amigo Picasso, en cuyo estudio lo encontraba Sebastián Guash.
Precisamente en ese estudio, según citaba Escudero de palabras de Guash, podían ver los amigos del internacional pintor malagueño, las esculturas de Blasco Ferrer: “Yo iba con frecuencia al taller de Picasso sito en la calle Grands Agustins.
Hallaba yo siempre allí (1942) a un joven triste, lánguido, apagado. Se llama Eleuterio Blasco Ferrer y era el autor de unas pequeñas esculturas en hierro colocadas sobre un estante. Picasso las mostraba a todos los visitantes de su taller, acariciándolas con las manos”.
Eleuterio Blasco Ferrer, el artista de Foz Calanda, desconocido por unos y olvidado por otros.
El escultor, falleció a medianoche del 29 de julio de 1993 en la Residencia para la Tercera Edad de Alcañiz, donde vivía desde hacía apenas un par de meses.
En Molinos fue velado su cuerpo, allí fue enterrado y allí quedó su legado que hoy puede verse en el Museo.
Wikipedia
Trayectoria artística por Rubén Pérez Moreno